lunes, 20 de octubre de 2008

"LOS QUE SOBRAN" por Zigmunt Bauman








Unos años atrás (antes del 11-S, del Tsnunami, del Katrina y del alza terrorífica de los precios del petróleo que siguió a todos esos fenómenos), Jacques Attali reflexionó sobre el fenomenal éxito comercial de la película Titanic, que batió todos los récords de taquilla anteriores de otros filmes de catástrofes aparentemente similares. Él lo explicaba entonces con unas palabras que, si ya sonaban sorprendentemente creíbles en el momento en que las escribió, transcurridos unos años se antojan poco menos que proféticas:


Titanic somos nosotros, es nuestra triunfalista, autocomplaciente, ciega e hipócrita sociedad, despiadada con sus pobres; una sociedad en la que todo está ya predicho salvo el medio mismo de predicción. […] Todos suponemos que, oculto en algún recoveco del difuso futuro, nos aguarda un iceberg contra el que colisionaremos y que hará que nos hundamos al son de un espectacular acompañamiento musical.


Ha sido mayormente en Europa y en sus antiguos dominios (sus retoños, ramificaciones y sedimentaciones de allende los mares), así como en unos pocos "países desarrollados" […] donde más espectaculares avances ha realizado en los últimos años la adicción al miedo y la obsesión por la seguridad.

Es algo que, por sí solo, parece un misterio. Después de todo, como bien indica Robert Castel en su incisivo análisis de las ansiedades que esa inseguridad alimenta actualmente, "nosotros ­­–en los países desarrollados, al menos- vivimos sin duda en unas de las sociedades más seguras (sûres) que jamás han existido". Y, aún así, contra toda "evidencia objetiva", también somos "nosotros" –las personas más mimadas y consentidas de todos los tiempos- los que nos sentimos más amenazados, inseguros y asustados, los más inclinados a ser presa del pánico y los más apasionados por todo lo relacionado con la protección y la seguridad, entre todos los miembros de cualquier sociedad de la que se haya tenido noticia. Ese es el enigma que necesita solución para comprender los giros y las sinuosidades de la sensibilidad popular al peligro, así como los blancos cambiantes en los que dicha sensibilidad tiende a centrarse.

Con la ventaja que nos dan los años, hoy podríamos contemplar la década de 1970 no sólo como el momento de una transformación más, sino (parafraseando el famoso concepto de Kart Polanyi) como el de la "Gran Transformación, segunda parte", un auténtico hito de la historia contemporánea. Ese decenio separó los "treinta años gloriosos" de la reconstrucción del período de posguerra, el pacto social y el "optimismo desarrollista que acompañaron el desmantelamiento del sistema colonial y la emergencia de una pléyade de "nuevas naciones", del novísimo mundo actual de fronteras difuminadas o debilitadas, de avalancha de información, de globalización desenfrenada, de festín consumista en el Norte rico y del "sentimiento cada vez más profundo de desesperación y exclusión en gran parte del resto del mundo" que surge de la contemplación de todo un "espectáculo de riqueza en un extremo y de miseria en el otro".

[…] Uno de los aspectos más fatídicos de la mencionada transformación se nos reveló relativamente pronto y ha sido exhaustivamente documentado desde entonces: el paso de un modelo de "Estado social" y comunidad inclusiva a un Estado excluyente de "justicia criminal", "penal" o "de control del crimen". David Garland, por ejemplo, señala que


el énfasis ha virado acusadamente del bienestar social a la modalidad penal. […]
El modelo penal, además de adquirir prominencia, se ha vuelto más punitivo, más expresivo, más preocupado por la seguridad. […] El modelo del bienestar social, además de haber quedado más acallado, se ha vuelto más condicional, más centrado en las infracciones, más preocupado por los riesgos. […] Actualmente los infractores […] ya no tienden a ser representados en el discurso oficial como ciudadanos afectados por una privación de origen social y necesitados de apoyo, sino como individuos culpables, indignos y, en cierto modo, peligrosos.


Loïc Wacquant constata una "redefinición de la misión del Estado": el Estado "se retrae del ámbito económico, asevera la necesidad de reducir su función social para ampliar y reforzar su intervención penal".

Ulf Hedetoft hace hincapié en otro aspecto (o, tal vez, en el mismo, pero desde un ángulo diferente) de esta transformación de veinte a treinta años de antigüedad. Hedetoft observa que "se están trazando nuevas fronteras entre Nosotros y Ellos y de manera más rígida" que nunca. Basado en Andreas y Zinder, Hedetoft sugiere que, además de hacerse más selectivas, de abotargarse, de asumir formas más diversas y de ser más difusas, las fronteras se han convertido en lo que podríamos denominar unas "membranas asimétricas" que permiten la salida, pero sirven al mismo tiempo de "protección frente a la entrada no deseada de unidades procedentes del otro lado":


Con el aumento de las medidas de control en las fronteras exteriores, pero también (y no menos importante) con el endurecimiento del régimen de expedición de visados en los países de emigración, en "el Sur", […] [las fronteras] se han diversificado, como también lo han hecho los controles fronterizos, que ahora se llevan a cabo no sólo en los lugares convencionales, […] sino también en aeropuertos, en embajadas y consulados, en centros de asilo y en el espacio virtual, en la forma de un incremento de colaboración entre la policía y las autoridades de inmigración de diversos países.


Como si con ello quisiera dar fe inmediata de lo acertado de la tesis de Hedetoft, el primer ministro británico Tony Blair recibió a Ruud Lubbers, alto comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados, y le sugirió la instalación de "refugios seguros" para los solicitantes potenciales de asilo que estuvieran situados cerca de sus hogares de origen, o, lo que es lo mismo, a una distancia prudencial de Gran Bretaña y de otros países ricos que, hasta fecha reciente, han constituido sus destinos naturales. En un ejemplo típico de la Neolengua de la Gran Transformación actual, el entonces ministro británico del Interior, David Blunkett, describió el tema de la conversación entre Blair y Lubbers como "los nuevos retos que para los países desarrollados plantean aquellos y aquellas que utilizaban el sistema de asilo político como una ruta de entrada en Occidente" (según esa misma Neolengua, cualquiera habría podido quejarse en su momento, por ejemplo, del reto que para la población costera suponían los marinos naufragados que empleaban el sistema establecido de rescates en alta mar como vía de acceso a tierra firme).

La más reciente serie de frenos impuestos en Gran bretaña dentro de las políticas de inmigración y de asilo ilustra muy a las claras ese giro. Según lo expresaba el nuevo ministro del Interior, Charles Clarke,


la inmigración por trabajo, la inmigración por estudios, es buena. […] Lo que está mal es que ese sistema no esté adecuadamente vigilado y acaben viniendo personas que se convierten en una carga para la sociedad, y eso es lo que pretendemos eliminar. […] Así, instauraremos un sistema […] que preste atención a las aptitudes, los talentos y las habilidades de las personas que quieren venir a trabajar en este país, y que garantice que, cuando lleguen aquí, tendrán un empleo y podrán contribuir a la economía del país.


Todos los demás solicitantes –inmigrantes potenciales sin suficientes "puntos fuertes" en cuanto a su educación profesional y a su experiencia en los servicios en los que el país padece un déficit de profesionales autóctonos- verán negados sus derechos sociales y, a su debido tiempo, acabarán siendo deportados (más o menos lo mismo que se haría, si se pudiera con la población autóctona "superflua", a la que recientemente se ha rebautizado sintomáticamente como la "infraclase" de los marginados sociales). El primer ministro, según se informó en la prensa, acogió muy positivamente esos planes porque, en su opinión, lograrían abordar la justificable preocupación de la población por los abusos cometidos en el sistema inmigratorio y en el de concesión de asilo. Garantizarían, según Tony Blair, que "sólo obtengan permisos de trabajo las personas que realmente necesitemos que vengan aquí a trabajar".

Como siempre sucede en las declaraciones públicas de Tony Blair, sus palabras debieron de ser ensayadas anteriormente con grupos de discusión, cuidadosamente seleccionados y ponderados, con el objeto de elegir aquellas que mejor reacción podían suscitar en el ánimo de los electores. Aunque, aparentemente, tenían como destinatarios exclusivos a los extranjeros que llamaban a las puertas de gran bretaña, las declaraciones del premier no tendrían lógica convincente alguna si no sintonizaran con la manera de pensar del "público en general" (es decir, de una mayoría decisiva de los votantes) a propósito de los desvalidos, o, lo que viene a ser lo mismo tras años de recortes en las prestaciones públicas, de los "perceptores de ayudas sociales", es decir, aquellas personas que no sólo poseen "derecho sociales", sino que los hacen efectivos. Después de todo, los criterios de esta "exclusión externa", por utilizar la distinción formulada por Christian Joppke, han sido tramados y probados dentro del propio país: no son más que aplicaciones de los principios que emanan de las prácticas domésticas de "exclusión interna".

Ahora se supone que los derechos sociales se han de ofrecer de forma selectiva. Deben ser concedidos si, y sólo si, quienes los otorgan deciden que su concesión será acorde a sus propios intereses, pero no por la fuerza de la condición humana de sus destinatarios. Y entre esos dos conjuntos de personas –el de quienes cumplen los requisitos de la segunda prueba (la de la condición humana) y el de quienes cumplen los de la primera (la de los intereses de quienes otorgan los derechos (no hay solapamiento alguno.

El derecho soberano a la excepción está siendo revivido en la actualidad… y reafirmado a escala planetaria, a diferencia de otros muchos derechos soberanos (¿la mayoría?) del Estado-nación...

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