miércoles, 31 de diciembre de 2008

"EL CHOQUE DE CIVILIZACIONES" por Samuel Phillips Huntington


PREFACIO

En el verano de 1993, la revista Foreign Affairs publicó un artículo mío titulado
«The Clash of Civilizations?». Dicho artículo, según los editores de Foreign Affairs,
ha suscitado más discusión en estos tres años que ningún otro artículo que hubieran
publicado desde los años cuarenta. Desde luego, ha provocado más debate en estos
tres años que ninguna otra cosa que yo haya escrito. Las reacciones y comentarios han
llegado de todos los continentes y de multitud de países. Las actitudes de la gente
variaban: unos estaban impresionados, otros intrigados, escandalizados, asustados o
perplejos ante mi tesis de que la dimensión fundamental y más peligrosa de la política global que está surgiendo sería el conflicto entre grupos de civilizaciones diferentes.
Prescindiendo de otros posibles efectos, el artículo tocó una fibra sensible en personas de todas las civilizaciones.
Dado el interés suscitado por dicho artículo, las tergiversaciones de que ha sido
objeto y la controversia que ha provocado, me pareció deseable un examen más a
fondo de los problemas que planteaba. Una forma constructiva de plantear una
pregunta es formular una hipótesis. El artículo, cuyo título terminaba con un signo de interrogación que por lo general pasó inadvertido, fue un esfuerzo en esa dirección. El presente libro es un esfuerzo por proporcionar una respuesta más completa, profunda
y minuciosamente documentada a la pregunta del artículo. Aquí intento explicar con
detalle, clarificar, complementar y, a veces, modificar los temas expuestos en el
artículo, así como desarrollar muchas ideas y exponer muchas cuestiones que no se
trataron en él o se tocaron sólo de pasada. Entre éstas se encuentran: el concepto de
civilización; la cuestión de la existencia o no de una civilización universal; la relación
entre poder y cultura; el cambiante equilibrio de poder entre las civilizaciones; la
indigenización cultural en las sociedades no occidentales; la estructura política de las
civilizaciones; los conflictos generados por el universalismo occidental, el
proselitismo musulmán y la autoafirmación china; las reacciones que tienden a
contrapesar el aumento del poderío chino y las que intentan seguir su estela; las causas
y dinámica de las guerras de línea de fractura; y el futuro de Occidente y de un mundo
de civilizaciones. Un tema importante ausente del artículo atañe al impacto decisivo
del crecimiento demográfico en la inestabilidad y el equilibrio del poder. Un segundo
tema sumamente importante no tratado en el artículo se sintetiza en el título del libro y
en su frase final: «...los choques de civilizaciones son la mayor amenaza para la paz
mundial; un orden internacional basado en las civilizaciones es la garantía más segura
contra una guerra mundial».
El presente libro no es, ni pretende ser, una obra de ciencias sociales. Intenta ser
más bien una interpretación de la evolución de la política global tras la guerra fría.
Aspira a ofrecer una estructura, un paradigma, para ver la política global, que sea
válida para los estudiosos y útil para los decisores políticos. La piedra de toque de su
validez y utilidad no es si da cuenta de todo lo que está aconteciendo en la política
global. Evidentemente, no da cuenta de todo. Su piedra de toque es si proporciona un
filtro más válido y útil que cualquier filtro paradigmático análogo a la hora de
considerar las nuevas circunstancias internacionales. Además, ningún paradigma es
válido eternamente. Aunque una aproximación desde el punto de vista de la
civilización puede ser útil para entender la política global a finales del siglo XX y
principios del XXI, esto no significa que hubiera sido igualmente útil a mediados del
siglo XX ni que lo vaya a ser a mediados del XXI.
Las ideas que acabaron convirtiéndose en el artículo y en este libro se expresaron
públicamente por vez primera en una Conferencia Bradley en el American Enterprise
Institute de Washington, en octubre de 1992; se expusieron después en una
monografía preparada para el proyecto del Olin Institute sobre «El cambiante entorno
de la seguridad y los intereses nacionales estadounidenses», que fue posible gracias a
la Fundación Smith Richardson. Tras la publicación del artículo, me vi enfrascado en
innumerables seminarios y encuentros centrados en «el choque», por todos los
Estados Unidos, con grupos de académicos, de funcionarios del gobierno y del mundo
de los negocios, entre otros. Además, tuve la dicha de poder participar en debates
sobre el artículo y su tesis en muchos otros países, entre ellos Alemania, Arabia Saudí,
Argentina, Bélgica, China, Corea, España, Francia, Gran Bretaña, Japón,
Luxemburgo, Rusia, Singapur, Sudáfrica, Suecia, Suiza y Taiwán. Dichos debates me
pusieron en contacto con todas las grandes civilizaciones salvo el hinduismo y me
fueron muy útiles las visiones y perspectivas de quienes participaron en ellos. En 1994
y 1995 impartí un seminario en Harvard sobre la naturaleza del período de posguerra
fría, y los comentarios siempre enérgicos y a veces absolutamente críticos que los
estudiantes hicieron sobre mis ideas fueron un estímulo adicional. Mi labor en la
confección de este libro se benefició también grandemente del entorno universitario y
sustentador del John M. Olin Institute for Strategic Studies y del Center for
International Affairs de Harvard.
Michael C. Desch, Robert O. Keohane, Fareed Zakaria y R. Scott Zimmerman
leyeron íntegramente el manuscrito y sus comentarios permitieron importantes
mejoras tanto de contenido como de organización. Durante el tiempo que duró la
redacción de este libro, Scott Zimmerman me proporcionó además una asistencia en la
investigación indispensable; sin su ayuda activa, experta y dedicada, este libro no se
habría podido terminar cuando se terminó. Nuestros ayudantes Peter Jun y Christiana
Briggs, estudiantes de licenciatura, también cooperaron de forma constructiva. Grace
de Magistris mecanografió los primeros fragmentos del manuscrito y Carol Edwards,
con gran empeño y magnífica eficiencia, rehizo el manuscrito tantas veces que debe
saber trozos largos casi de memoria. Denise Shannon y Lynn Cox, en Georges
Borchardt, y Robert Asahina, Robert Bender y Johanna Li, en Simon and Schuster,
han guiado el manuscrito con buen humor y profesionalidad a lo largo del proceso de
publicación. Estoy inmensamente agradecido a todas estas personas por su ayuda en la
tarea de dar a luz este libro. Ellos han conseguido que sea mucho mejor de lo que
hubiera sido en otras circunstancias, aunque el único responsable de las deficiencias
que aún persisten soy yo.
El trabajo que he realizado en este libro fue posible gracias al apoyo financiero de
la Fundación John M. Olin y la Fundación Smith Richardson. Sin su asistencia, la
terminación del libro se habría retrasado años; agradezco mucho el respaldo generoso
que han brindado a este esfuerzo. Mientras otras fundaciones se han centrado cada vez
más en cuestiones de ámbito nacional, Olin y Smith Richardson merecen vivos
elogios por mantener su interés y su apoyo al trabajo sobre la guerra, la paz y la
seguridad nacional e internacional.
S. P. H.








Primera parte
UN MUNDO DE CIVILIZACIONES











Capítulo 1
LA NUEVA ERA EN LA POLÍTICA MUNDIAL
BANDERAS E IDENTIDAD CULTURAL

El 3 de enero de 1992 tuvo lugar una reunión de especialistas rusos y
estadounidenses en el salón de actos de un edificio oficial de Moscú. Dos semanas
antes la Unión Soviética había dejado de existir y la Federación Rusa se había
convertido en país independiente. Como consecuencia de ello, la estatua de Lenin que
antes decoraba el escenario del salón había desaparecido, y en su lugar se podía ver
ahora la bandera de la Federación Rusa desplegada sobre la pared delantera. El único
problema, comentó un estadounidense, era que habían colgado la bandera al revés.
Después de que se les hizo notar este detalle, los anfitriones rusos enmendaron el error
de forma rápida y silenciosa durante el primer descanso.
Los años que siguieron a la guerra fría fueron testigos del alborear de cambios
espectaculares en las identidades de los pueblos, y en los símbolos de dichas
identidades. Consiguientemente, la política global empezó a reconfigurarse en torno a
lineamientos culturales. Las banderas al revés eran un signo de la transición, pero,
cada vez más, ondean altas y al derecho, y tanto los rusos como otros pueblos se
movilizan y caminan resueltamente tras éstos y otros símbolos de sus nuevas
identidades culturales.
El 18 de abril de 1994, en Sarajevo, 2.000 personas se manifestaron agitando las
banderas de Arabia Saudí y Turquía. Al hacer ondear esas enseñas, en lugar de las
banderas de la ONU, la OTAN o de los Estados Unidos, estos ciudadanos de Sarajevo
se identificaban con sus correligionarios musulmanes y decían al mundo quiénes eran
sus auténticos amigos y quiénes no lo eran tanto.
El 16 de octubre de 1994, en Los Ángeles, 70.000 personas desfilaron bajo «un
mar de banderas mexicanas» protestando contra la proposición 187, un proyecto de
ley sometido a referéndum que negaba muchas prestaciones estatales a los inmigrantes
ilegales y a sus hijos. ¿Por qué «van por la calle con banderas mexicanas y exigiendo
que este país les dé una educación gratuita?», preguntaban los observadores.
«Deberían hacer ondear la bandera estadounidense.» Dos semanas después, otros
manifestantes desfilaban por las calles llevando una bandera estadounidense... al
revés. Estos despliegues de banderas aseguraron la victoria a la proposición 187, que
fue aprobada por el 59 % de los votantes californianos.
En el mundo de la posguerra fría, las banderas son importantes, y también otros
símbolos de identidad cultural, entre ellos las cruces, las medias lunas, e incluso los
modos de cubrirse la cabeza, porque la cultura tiene importancia, y la identidad
cultural es lo que resulta más significativo para la mayoría de la gente. Las personas
están descubriendo identidades nuevas, pero a menudo también viejas, y caminan
resueltamente bajo banderas nuevas, pero con frecuencia también viejas, que
conducen a guerras con enemigos nuevos, pero a menudo también viejos.
El demagogo nacionalista veneciano que aparece en la novela de Michael Dibdin,
Dead Lagoon, expresaba bien una severa Weltanschauung de esta nueva era: «No
puede haber verdaderos amigos sin verdaderos enemigos. A menos que odiemos lo
que no somos, no podemos amar lo que somos. Estas son las viejas verdades que
vamos descubriendo de nuevo dolorosamente tras más de un siglo de hipocresía
sentimental. ¡Quienes las niegan niegan a su familia, su herencia, su cultura, su
patrimonio y a sí mismos! No se les perdonará fácilmente». La funesta verdad de estas
viejas verdades no puede ser ignorada por hombres de Estado e investigadores. Para
los pueblos que buscan su identidad y reinventan la etnicidad, los enemigos son
esenciales, y las enemistades potencialmente más peligrosas se darán a lo largo de las
líneas de fractura existentes entre las principales civilizaciones del mundo.
El tema central de este libro es el hecho de que la cultura y las identidades
culturales, que en su nivel más amplio son identidades civilizacionales, están
configurando las pautas de cohesión, desintegración y conflicto en el mundo de la
posguerra fría. Las cinco partes de este libro exponen detalladamente corolarios de
esta proposición principal.
Primera parte: por primera vez en la historia, la política global es a la vez
multipolar y multicivilizacional; la modernización económica y social no está
produciendo ni una civilización universal en sentido significativo, ni la
occidentalización de las sociedades no occidentales.
Segunda parte: el equilibrio de poder entre civilizaciones está cambiando:
Occidente va perdiendo influencia relativa, las civilizaciones asiáticas están
aumentando su fuerza económica, militar y política, el islam experimenta una
explosión demográfica de consecuencias desestabilizadoras para los países
musulmanes y sus vecinos, y las civilizaciones no occidentales reafirman por lo
general el valor de sus propias culturas.
Tercera parte: está surgiendo un orden mundial basado en la civilización; las
sociedades que comparten afinidades culturales cooperan entre sí; los esfuerzos por
hacer pasar sociedades de una civilización a otra resultan infructuosos; y los países se
agrupan en torno a los Estados dirigentes o centrales de sus civilizaciones.
Cuarta parte: las pretensiones universalistas de Occidente le hacen entrar cada vez
más en conflicto con otras civilizaciones, de forma más grave con el islam y China,
mientras que, en el plano local, las guerras en las líneas de fractura, sobre todo entre
musulmanes y no musulmanes, generan «la solidaridad de los países afines», la
amenaza de escalada y, por tanto, los esfuerzos por parte de los Estados centrales para
detener dichas guerras.
Quinta parte: la supervivencia de Occidente depende de que los estadounidenses
reafirmen su identidad occidental y los occidentales acepten su civilización como
única y no universal, así como de que se unan para renovarla y preservarla frente a los
ataques procedentes de sociedades no occidentales. Evitar una guerra mundial entre
civilizaciones depende de que los líderes mundiales acepten la naturaleza de la
política global, con raíces en múltiples civilizaciones, y cooperen para su
mantenimiento.
UN MUNDO MULTIPOLAR Y MULTICIVILIZACIONAL
En el mundo de posguerra fría, por primera vez en la historia, la política global se
ha vuelto multipolar y multicivilizacional. Durante la mayor parte de la existencia de
la humanidad, los contactos entre civilizaciones fueron intermitentes o inexistentes.
Después, con el comienzo de la era moderna, hacia el año 1500 d.C., la política global
adoptó dos dimensiones. Durante más de cuatrocientos años, los Estados-nación de
Occidente —Gran Bretaña, Francia, España, Austria, Prusia, Alemania y los Estados
Unidos, entre otros— constituyeron un sistema internacional multipolar dentro de la
civilización occidental, e interactuaron, compitieron y se hicieron la guerra unos a
otros. Al mismo tiempo, las naciones occidentales también se expandieron,
conquistando, colonizando o influyendo de forma decisiva en todas las demás
civilizaciones (mapa 1.1). Durante la guerra fría, la política global se convirtió en
bipolar, y el mundo quedó dividido en tres partes. Un grupo de sociedades, en su
mayor parte opulentas y democráticas, encabezado por los Estados Unidos, se enzarzó
en una rivalidad ideológica, política, económica y, a veces, militar generalizada con
un grupo de sociedades comunistas más pobres, asociadas a la Unión Soviética y
encabezadas por ella. Gran parte de este conflicto tuvo lugar fuera de estos dos
campos, en el Tercer Mundo, formado por lo general por países pobres, carentes de
estabilidad política, recién independizados y que se declaraban no alineados (mapa
1.2).
A finales de los años ochenta, el mundo comunista se desplomó y el sistema
internacional de la guerra fría pasó a ser historia. En el mundo de la posguerra fría, las
distinciones más importantes entre los pueblos no son ideológicas, políticas ni
económicas; son culturales. Personas y naciones están intentando responder a la
pregunta más básica que los seres humanos pueden afrontar: ¿quiénes somos? Y la
están respondiendo en la forma tradicional en que los seres humanos la han
contestado, haciendo referencia a las cosas más importantes para ellos. La gente se
define desde el punto de vista de la genealogía, la religión, la lengua, la historia, los
valores, costumbres e instituciones. Se identifican con grupos culturales: tribus,
grupos étnicos, comunidades religiosas, naciones y, en el nivel más alto,
civilizaciones. La gente usa la política no sólo para promover sus intereses, sino
también para definir su identidad. Sabemos quiénes somos sólo cuando sabemos
quiénes no somos, y con frecuencia sólo cuando sabemos contra quiénes estamos.
Los Estados-nación siguen siendo los actores principales en los asuntos
mundiales. Su conducta está determinada, como en el pasado, por la búsqueda de
poder y riqueza, pero también por preferencias, coincidencias y diferencias culturales.
Los agrupamientos más importantes de Estados ya no son los tres bloques de la guerra
fría, sino más bien las siete u ocho civilizaciones principales del mundo (mapa 1.3).
Las sociedades no occidentales, particularmente en el este de Asia, están
desarrollando su riqueza económica y sentando las bases de un poderío militar y una
influencia política mayores. A medida que su poder y confianza en sí mismas
aumentan, las sociedades no occidentales van afirmando cada vez más sus propios
valores culturales y rechazan los que les «impone» Occidente. El «sistema
internacional del siglo XXI», ha señalado Henry Kissinger, «...incluirá al menos seis
grandes potencias —los Estados Unidos, Europa, China, Japón, Rusia y,
probablemente, la India— así como multitud de países de tamaño medio y más
pequeños».¹ Las seis grandes potencias de Kissinger pertenecen a cinco civilizaciones
diferentes, y además hay importantes Estados islámicos cuya posición estratégica,
gran número de habitantes y/o recursos petrolíferos les convierten en influyentes en
los asuntos mundiales. En este nuevo mundo, la política local es la política de la
etnicidad; la política global es la política de las civilizaciones. La rivalidad de las
superpotencias queda sustituida por el choque de las civilizaciones.
En este nuevo mundo, los conflictos más generalizados, importantes y peligrosos
no serán los que se produzcan entre clases sociales, ricos y pobres u otros grupos
definidos por criterios económicos, sino los que afecten a pueblos pertenecientes a
diferentes entidades culturales. Dentro de las civilizaciones tendrán lugar guerras
tribales y conflictos étnicos. Sin embargo, la violencia entre Estados y grupos
procedentes de civilizaciones diferentes puede aumentar e intensificarse cuando otros
Estados y grupos pertenecientes a esas mismas civilizaciones acudan en apoyo de sus
«países afines».2 El sangriento choque entre clanes en Somalia no supone ninguna
amenaza de conflicto más amplio. El sangriento choque entre tribus en Ruanda tiene
consecuencias para Uganda, Zaire y Burundi, pero no mucho más. Los choques
sangrientos entre civilizaciones en Bosnia, el Cáucaso, Asia Central o Cachemira se
podrían convertir en grandes guerras. En los conflictos yugoslavos, Rusia proporcionó
apoyo diplomático a los serbios, y Arabia Saudí, Turquía, Irán y Libia aportaron
dinero y armas a los bosnios, no por razones ideológicas, de política de influencia o de
interés económico, sino debido a su parentesco cultural. «Los conflictos culturales»,
ha observado Vaclav Havel, «van en aumento y son más peligrosos hoy que en
cualquier otro momento de la historia», y Jacques Delors coincidía en que «los futuros
conflictos estarán provocados por factores culturales, más que económicos o
ideológicos».3 Y los conflictos culturales más peligrosos son los que se producen a lo
largo de las líneas divisorias existentes entre las civilizaciones.
En el mundo de posguerra fría, la cultura es a la vez una fuerza divisiva y
unificadora. Gentes separadas por la ideología pero unidas por la cultura se juntan,
como hicieron las dos Alemanias y como están comenzando a hacer las dos Coreas y
las diversas Chinas. Las sociedades unidas por la ideología o las circunstancias
históricas, pero divididas por la civilización, o se deshacen (como la Unión Soviética,
Yugoslavia y Bosnia) o están sometidas a una gran tensión, como es el caso de
Ucrania, Nigeria, Sudán, India, Sri Lanka y muchas otras. Los países con afinidades
culturales colaboran económica y políticamente. Las organizaciones internacionales
formadas por Estados culturalmente coincidentes, tales como la Unión Europea,
tienen mucho más éxito que las que intentan ir más allá de las culturas. Durante
cuarenta y cinco años, el telón de acero fue la línea de fractura fundamental en
Europa. Esa línea se ha desplazado varios cientos de kilómetros hacia el este. Ahora
es la línea que separa a los pueblos cristianos occidentales, por un lado, de los pueblos
musulmanes y ortodoxos, por el otro. Durante la guerra fría, países culturalmente
pertenecientes a Occidente, como Austria, Suecia y Finlandia, tuvieron que ser
neutrales y quedar separados de Occidente. En la nueva era, se están agregando a sus
parientes culturales en la Unión Europea, y Polonia, Hungría y la República Checa
siguen su ejemplo.
Los presupuestos filosóficos, valores subyacentes, relaciones sociales, costumbres
y puntos de vista globales sobre la vida varían de forma significativa de una
civilización a otra. La revitalización de la religión en gran parte del mundo está
reforzando estas diferencias culturales. Las culturas pueden cambiar, y la naturaleza
de su influencia en la política y la economía puede variar de un período a otro. Sin
embargo, las diferencias importantes entre civilizaciones en materia de desarrollo
político y económico están claramente enraizadas en sus diferentes culturas. El éxito
económico del este de Asia se origina en la cultura del este asiático, lo mismo que las
dificultades que los países de esa parte del mundo han tenido para alcanzar sistemas
políticos democráticos y estables. La cultura islámica explica en gran medida la
incapacidad de la democracia para abrirse paso en buena parte del mundo musulmán.
Las nuevas circunstancias de las sociedades poscomunistas de Europa Oriental y de la
antigua Unión Soviética están configuradas por su identidad, marcada a su vez por
una civilización. Las que cuentan con herencias cristianas occidentales están
progresando hacia el desarrollo económico y una política democrática; las
perspectivas de avance económico y político en los países ortodoxos son inciertas; en
las repúblicas musulmanas, dichas perspectivas no son nada prometedoras.
Occidente es y seguirá siendo en los años venideros la civilización más poderosa.
Sin embargo, su poder está declinando con respecto al de otras civilizaciones.
Mientras Occidente intenta afirmar sus valores y defender sus intereses, las sociedades
no occidentales han de elegir. Unas intentan emular a Occidente y unirse a él o
«subirse a su carro». Otras sociedades, confucianas e islámicas, intentan expandir su
propio poder económico y militar para resistir a Occidente y «hacer de contrapeso»
frente a él. Así, un eje fundamental del mundo de la posguerra fría es la interacción
del poder y la cultura occidentales con el poder y la cultura de las civilizaciones no occidentales.
En resumen, el mundo la posguerra fría es un mundo con siete u ocho grandes
civilizaciones. Las coincidencias y diferencias culturales configuran los intereses,
antagonismos y asociaciones de los Estados. Los países más importantes del mundo
proceden en su gran mayoría de civilizaciones diferentes. Los conflictos locales con
mayores probabilidades de convertirse en guerras más amplias son los existentes entre
grupos y Estados procedentes de civilizaciones diferentes. Los modelos
predominantes de desarrollo político y económico difieren de una civilización a otra.
Las cuestiones clave de la agenda internacional conllevan diferencias entre
civilizaciones. El poder se está desplazando, de Occidente, predominante durante
largo tiempo, a las civilizaciones no occidentales. La política global se ha vuelto
multipolar y multicivilizacional.

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