viernes, 11 de febrero de 2011

"La compleja construcción contemporánea de la identidad:habitar 'el entre' " por Lic. Víctor Silva




"Yo es otro"

" 'Yo es otro' significa en primer lugar que
Yo es la estructura-Otro; luego, de modo más fundamental,
que Yo es el tiempo; el tiempo será el límite del pensamiento
que obliga al pensamiento a proyectarse
en el más allá ideal de las singularidades;
el 'desarreglo de todos los sentidos' es condición
para alcanzar esa transmutación"
Pierre Verstraeten

"La línea de ruptura o verdadera fuga,
¿no tendrá su peligro, peor aún que los otros?"
Gilles Deleuze

La construcción de la identidad y la alteridad se complejiza en este mundo revolucionado por las técnicas del simulacro y la virtualidad. Una Identidad (identidades), que construye el pensamiento occidental, al 'hominizar' el saber, hace aproximadamente dos siglos, en un umbral del pensamiento que separa al pensamiento clásico (Michel Foucault)1 de la modernidad. La etnología, la sicología y la literatura surgen en ese contexto, no obstante fue fundamental el papel del lenguaje que abandonó su transparencia representacional. Jenaro Talens, que dirige su mirada a la literatura, escribe que ésta disciplina "surgió como forma discursiva en el interior de un modo de información determinado y, por ello, puede no tener sentido ignorar que su estatuto es histórico, es decir, que su carácter 'social' no proviene tanto -o, al menos, no como dato fundamental- de su carácter 'representativo sino del modelo de intercambio comunicativo que la constituye como 'literatura' y permite que sea concebida como tal". Para Talens el modelo conlleva formas de emisión, transmisión, circulación, recepción, interpretación, en el interior de "circuitos" no naturales, sino ideados y construidos culturalmente, en sistemas cartesianos.

Los cambios radicales se producen en la actual posmodernidad, sobremodernidad o modernidad tardía, donde el Mismo y el Otro se des-relacionan, habilitan los márgenes, las multiplicidades y las heterogeneidades. La hibridez intenta definir (¿se podrá definir desde lo híbrido?) este momento histórico y se habilita un pensamiento del 'Entre'2. La multiplicidad del 'Entre' otorga estatus (siguiendo un pensamiento deleuziano) a la fuga, la velocidad y al accidente, en palabras de Paul Virilio, (para otros teóricos el riesgo). Las crisis pueden pasar de la transitoriedad a la regularidad en el tiempo (¿paradoja histórica?), mientras que las estabilidades pueden llegar a ocupar momentos coyunturales. ¿Se producirá un accidente global a lo Virilio? Sin pretender ser apocalípticos no se puede negar que la revolución tecnológica está produciendo transformaciones profundas y mutaciones socio-culturales, que están afectando directamente a 'las comunidades'.

Las multiplicidades dinamitan las identidades y por consiguiente a las alteridades. Las multiplicidades son "dispositivos" heterogéneos, híbridos, que se construyen especularmente en la simulación. Los "dispositivos" foucaultianos, como plantea Gilles Deleuze, son conjuntos multilineales, especie de ovillos o madejas. "Está compuesto de líneas de diferente naturaleza y esas líneas del dispositivo no abarcan ni rodean sistemas, cada uno de los cuales sería homogéneo por su cuenta (el objeto, el sujeto, el lenguaje), sino que siguen direcciones diferentes, forman procesos siempre en desequilibrio y esas líneas tanto se acercan unas a otras como se alejan unas de otras. Cada línea está quebrada y sometida a variaciones de dirección (bifurcada, ahorquillada) sometida a derivaciones. Los objetos visibles, las enunciaciones formulables, las fuerzas en ejercicio, los sujetos en posición son como vectores o tensores". Puede visualizarse la coincidencia que existe entre la figura del "dispositivo" y la del "rizoma". Como plantearon Gilles Deleuze y Félix Guattari, el "rizoma" conecta cualquier punto con otro cualquiera, no remitiendo cada uno de sus rasgos a elementos de la misma naturaleza. Es "un sistema acentrado, no jerárquico y no significante, sin General, ni memoria organizadora o autónoma central, definido únicamente por una circulación de estados". Puede plantearse una nueva coincidencia esta vez con Internet, la red de redes, que puede ser definida a partir de estas dos figuras.

I

Las identidades y las alteridades son construcciones intelectuales que se confirman en su carácter relacional y se afirman en la singularidad y la diferencia. La singularidad reclama necesariamente un exterior de confrontación que mida a la identidad en tanto y en cuanto son construcciones que inauguran el campo de lo humanamente posible. La diferencia, presencia fantasmagórica de la singularidad, necesita poseer un 'locus' que también habilite y permita su existencia. Por tanto no hay identidad que no postule al mismo tiempo una alteridad: no hay el Mismo fuera del Otro, o bien LO MISMO y LO OTRO, (para aquellos que no depositan sus creencias en el sujeto)3.

Concordando con Marc Augé se puede señalar que se ha aprendido a dudar de las identidades absolutas, simples y sustanciales, en el plano colectivo y en el individual. Lévy Strauss se acerca a un concepto de identidad como huida virtual, a una potencialidad que no se consuma en acto. "La identidad es una especie de fondo virtual al cual no es indispensable referirnos para explicar cierto número de cosas, pero sin que tenga jamás una existencia real", escribe el antropólogo.

En las identidades y en las alteridades, participan "la percepción individual del tiempo" y su relación con el espacio" (Marc Augé). Visión que se acerca a la conceptualización cronotopica de Bajtin. Sin embargo ese esquema relativamente lineal se puede complicar si se ingresa a indagar la construcción actual de la identidad y la alteridad. Siguiendo el pensamiento deleuziano el yo puede ser visto como otro, como una alteridad que se interioriza en la identidad. Esta visión esquizoide se relaciona con el tiempo como límite del pensamiento, "que obliga al pensamiento a proyectarse en el más allá ideal de las singularidades". La alteridad del Yo, lo coloca fuera del sí por el tiempo, "el 'tiempo' es el Otro de todo pensamiento, de todo Yo, la 'forma pura y vacía'" en palabras de Pierre Vertraeten. Para este autor: "La comprensión del Yo como Otro en Deleuze, esa elevación al campo problemático, efracción de las ideas inconscientes en la fisura del Yo, robo del pensamiento por el inconsciente, pasa por una etapa transitoria, aparentemente más tradicional, a saber, la de la relación con Otro: Yo es Otro porque es hecho otro por los otros, y recíprocamente. Pero la interpretación rectificada de esta primera etapa no es más que una mediación provisional: la plataforma para una nueva superación, hacia lo completamente otro del Otro otra vez".

Como no es posible encontrar una identidad absoluta, tampoco es factible hallar una alteridad sustancial y estable, sino que 'el alter' se disemina en otros. Los 'otros' pueden ser: étnicos y culturales; sociales e interiores.

Las identidades pueden adquirir sentido en su construcción discursiva. Un discurso que construye una 'realidad', pero que también valida intelectualmente la creación identitaria y marca las fronteras con El Otro, el diferente, el qué está ubicado fuera de mis límites discursivos. "El discurso (...) construye una realidad exterior con vistas a validarla. Se trata de una especie de tautología que esconde algo más importante: de qué manera este juego retórico fue instituido para justificar discursivamente lo que estaba pasando fuera del discurso, de qué manera el poder y las diferencias de clase fueron distribuidas, no desde la perspectiva de la explotación, sino de una verdad que se basaba en la capacidad del discurso para construirla", escribe Jenaro Talens. El discurso como productor de sentido implica la conceptualización de un 'lector' o lectoautor en palabras de Nuria Voulliamoz (pero que puede extenderse a 'espectador', 'receptor') como coproductor de sentido y no como un simple y pasivo receptor. Para Jenaro Talens el sentido a diferencia de la significación no surge de un desciframiento, es producto de una elaboración individualizada. La lectura significativa de un objeto cultural implica el conocimiento previo de una serie de códigos y subcódigos que les permiten ser descodificados, "de modo que la información de llegada fuese equivalente a la información de salida". El sentido es más activo y la significación no surge previamente sino con posterioridad. De ahí esa presencia del lectoautor. Para Marc Augé "el sentido social" se construye al instituir significaciones y simbolizaciones que implican la relación intelectual e ideológica entre uno y los demás. Para Deleuze y Guattari, visión con la que más concordamos, el sentido es una paradoja. Como se explícita en ¿Qué es la Filosofía?, esa paradoja se puede repetir al infinito, por cuanto un sentido reenvía a otro sentido, y un concepto a otro concepto, "el sentido es un ciervo, metáfora de la huida", señala Leopoldo María Panero.



II

La delimitación de las identidades y las alteridades encontraban su estabilidad socio-cultural en su relación con el territorio, definido como LUGAR, (y sus límites y fronteras) y la construcción espacio-temporal. En otras palabras EL AQUÍ y El AHORA "emplazaban" y estabilizaban, localizando espacial y temporalmente a las identidades. Parafraseando a Bajtin, y su concepción cronotopica, se puede señalar que no hay espacio sin tiempo, ni tiempo sin espacio. El idéntico y el alter se emplazaban en las "comunidades imaginadas" definidas por Benedict Anderson. El punto de partida de Anderson es que "la nacionalidad o la 'calidad de nación' (...) al igual que el nacionalismo, son artefactos culturales de una clase particular". La creación de estos artefactos Benedict Anderson la sitúa a fines del siglo XVIII y Kemiläinen sostiene que la palabra nacionalismo conoció un uso generalizado a fines del siglo XIX (tener en cuenta la coincidencia con las fechas manejadas por Foucault como límite entre el pensamiento clásico y la modernidad. Asimismo a estas fechas se refiere Jacques Derrida al referirse al "nacionalismo filosófico"4). La denominación de "comunidades imaginadas" se refiere, a su vez, a una construcción discursiva que le otorga sentido y que se encuadra dentro del régimen de lo imaginado. Pero también es imaginada "porque aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión". La "comunidad imaginada" de Anderson es "violencia simbólica"5 (en el sentido de Pierre Bourdieu) en marcha y se le puede plantear como crítica, junto con Baba, que Anderson le devuelve el carácter monológico a la idea de Nación. Sin embargo es bueno aclarar que para las comunidades lingüísticas, la homogeneidad es producto de "la violencia simbólica" . Es que "...no hay comunidad lingüística homogénea (...) No hay lengua-madre, sino toma del poder de una lengua dominante en una multiplicidad política" (Deleuze-Guattari; 1977: 18). Con Nicolás Guigou se puede establecer centralizando la mirada en el caso de Uruguay: "(...) no hay comunidad imaginada homogénea, sino las representaciones escriturales de una comunidad que pretenden acallar a otras posibles, o bien la imposición de una identidad (nacional) mediante la inscripción de una escritura laica, gratuita y obligatoria, en el marco del Estado-Nación escolarizado y escolarizador". A la metáfora del Estado-Nación se le pueden agregar dos metáforas más: el valor de la tradición como modelo y la asunción de que la historia tiene un sujeto único de carácter individual (Otorgándole sustancia a la Identidad). La historia no se discute, es evolutiva, se integra como metarrelato y se aparta del mito. El paradigma evolucionista para Marc Augé separaba tiempo y espacio; eran espacios de simbolización, que apuntaban a ser legibles a todos aquellos que frecuentaban el mismo espacio cierta cantidad de esquemas organizadores, de puntos de referencias ideológicos e intelectuales que ordenaban lo social. La modernidad intentó reconstruir la historia a partir de una concepción exacta y verdadera de los hechos del pasado, elaborada por un sujeto central de carácter individual (Hombre como objeto y sujeto de estudio, parafraseando a Michel Foucault).

No obstante esta concepción abrigada en la modernidad pierde centralidad con la irrupción de los medios de comunicación y las tecnologías 'a distancia'. Ya el cine -como arte del siglo- con su complejo entramado industrial y estético implicó un cambio radical. Se quiebra el AQUÍ y el AHORA y se asumen tele-tiempos y tele-espacios planetarios. Las identidades y las alteridades como construcciones intelectuales inician un proceso de alejamiento de los LUGARES y de las comunidades imaginadas que se ubicaban y se estabilizaban en un LUGAR. El lugar, para Marc Augé, tenía tres características principales que se imbricaban entre sí: es un sitio de IDENTIDAD, RELACIONAL e HISTÓRICO. La simbolización del espacio construía la experiencia del todo y personalizaba performativamente a cada individuo (el habitus de Bourdieu). "(...) esa simbolización es a la vez, una matriz intelectual, una constitución social, una herencia y condición primera de toda historia, individual o colectiva".

De esta forma comienzan a asumirse los mismos y los otros en los NO-LUGARES: espacios a-identitarios; sin historia pero con memoria -en el sentido de Marc Augé- y no relacionales. Las relaciones se establecen a distancia y las identidades no encuentran marcas estables para consolidarse. Los lugares de memoria difieren de la historia, para Marc Augé, en la medida en que "la memoria no era como la historia, una representación del pasado sino que es 'un fenómeno siempre actual, un vínculo vivido con el presente eterno'(...) El actual gusto por las conmemoraciones traduce, en virtud de una paradoja que es sólo aparente, esta disolución de la memoria colectiva y muestra el contraste que hay entre un pasado del que sólo subsisten signos muertos y un presente inseguro de su identidad". Los lugares de memoria, para Pierre Nora, tiene la intención de "encerrar el máximo de sentido en el mínimo de signos". Como señalaba Lévy Strauss "en el monumento vemos invertirse la relación entre significante y significado". Este cambio radical en las comunidades imaginadas o el pasaje de los LUGARES a los NO LUGARES se puede observar empíricamente analizando aspectos históricos del Uruguay, como por ejemplo la llamada religión civil (el estado); la literatura onettiana o el sistema educativo; en esos LUGARES se intentó crear intelectualmente una identidad como homogeneidad. Intentar equilibrar un pasado inexistente (ya en 1939 Juan Carlos Onetti en El Pozo escribió: "¿Qué se puede hacer en este país? Nada, ni dejarse engañar. (...) Detrás de nosotros no hay nada. Un gaucho, dos gauchos, treinta y tres gauchos") con un futuro incierto (concepción evolutiva de la historia). Carlos Real de Azúa escribía que todo prospecto nacía de un balance, más allá de la diversidad de posiciones respecto a cómo situar al presente en la tensión entre pasado y futuro.


III

Las comunidades imaginadas y LOS LUGARES, y la construcción relacional entre la identidad y la alteridad, se pueden situar en el modelo de sociedad disciplinaria tal cual fue planteada por Michel Foucault. El filósofo francés las ubicó entre los siglos XVIII, XIX y principios del XX.

Para Foucault el mejor modelo para definirlas era el Panóptico, figura creada por Jeremías Bentham, que proporcionó un modelo de funcionamiento que se instauró en todas las organizaciones del corpus societario. Una forma particular de existencia: el encierro y la disciplina, eufemísticamente caracterizadas como orden y funcionalidad, pasaron a ser consideradas como inherentes a toda pragmática que pretendiera ser operativa. El Panóptico implicaba un control espacial, temporal, arquitectónico y corporal. En palabras de Gilles Deleuze: "Dichas sociedades procedieron a la organización de los grandes espacios de encierro. El individuo pasa sin cesar de un espacio cerrado a otro, cada uno con sus leyes: primero la familia, después la escuela ('ya no estás en tu casa'), más tarde el cuartel ('ya no estás en el colegio'), luego la fábrica, de vez en cuando en el hospital, y eventualmente la cárcel, que es el espacio de encierro por excelencia". Es interesante tener en cuenta esos espacios de encierro y las instituciones que los albergaban, a partir de los discursos que se elaboraron en Uruguay, para conformar y crear una identidad "nacional" y agrupar en torno a la misma a la comunidad. Por sólo citar un ejemplo se puede mencionar la escuela pública de Uruguay, tanto por su peculiar capacidad abarcativa, como por el hecho de instituirse como un verdadero bastión de la Nación. El estado, definido como religión civil por el antropólogo Nicolás Guigou, trató al Otro como otros, bajo estrategias tan disímiles que incluían desde la integración, la jerarquización, privatización, hasta la expulsión lisa y llana (distintas maneras de producir la otredad). El laicismo en Uruguay, ilusión o simulacro de neutralidad que guardaba la religión civil, determinaba que igualdad era sinónimo de homogeneidad, por lo tanto consideraba que sujetos diferentes podían tener su lugar mediante la nominación mágica que menciona justamente a la diferencia para borrarla, bajo la impronta igualitaria. El carné escolar decía: "(...) los que una vez se han encontrado en los bancos de una escuela, en la que eran iguales, a la que concurrían usando de un mismo derecho, se acostumbran fácilmente a considerarse iguales, a no reconocer más diferencias que las de las actitudes y las virtudes de cada uno; y así, la Escuela gratuita es el más poderoso instrumento para la práctica de la igualdad democrática".

Un caso extremo fue el de la dictadura militar y la producción de sus discursos, etapa crítica del Panóptico nacional, donde se conformó un Estado-Nación, plegado sobre sí mismo, que buscaba amortiguar el peligro de la contaminación externa.

Es bueno remarcar que actualmente vivimos una crisis del Panóptico y de la sociedad disciplinaria foucaultiana, ingresando nuevas formas de control, las que han sido definidas como sociedades de control (Gilles Deleuze), velocidades de control (Paul Virilio) o estrategia viral de control (Jean Baudrillard). "Actualmente vivimos una crisis generalizada de todos los espacios de encierro: cárcel, hospital, fábrica, escuela, familia", escribe Deleuze.

La posible omnipresencia de las tecnologías de la comunicación (a las que se pueden agregar las técnicas de la virtualidad y el simulacro) implican la conceptualización de nuevos tipos de control. Para Paul Virilio asumen formas aceleradas y accidentadas y se producen al aire libre, la relaciona con la estrechez del planeta y el control a distancia (tele-control). Para Gilles Deleuze el nuevo tipo de control ("monstruo" le llama. La palabra "monstruo" puede relacionarse con "mostrar" que por extensión puede implicar "mirar" lo que me "muestran", este sentido se lo otorgo porque Deleuze no se refiere a esta idea), es numérico y no analógico como el disciplinamiento. Asimismo son una modulación, "con un modulado autodeformante que cambiara continuamente de un momento a otro, o como un tamiz cuyas redes cambiarán de un punto a otro". En las sociedades de control, planteadas por Deleuze, en vez de firmas y nombres (el DNI es uno de los mejores ejemplos del control disciplinario) hay contraseñas. "No se necesita la ciencia-ficción para concebir un organismo de control que dé a cada momento la posición de un elemento en un espacio abierto, una animal en una reserva, un hombre en una empresa (collar electrónico)", escribe Deleuze. Una última característica de este nuevo tipo de control es la asunción del dividuo. "Los individuos se han convertido en dividuales", para Deleuze. El dividuo está divido, fragmentado. Pasamos de un individuo paranoico, el de las sociedades disciplinarias, a un dividuo esquizofrénico, el de las sociedades de control. En la estrategia viral de Baudrillard domina el virus. Desde los virus informáticos hasta el virus total como es el sida.


IV

Otro punto crítico que problematizan la creación identitaria es la producción de imágenes en occidente. Es un universo transdiscursivo excedido de sentido por la población de imágenes. Nos encontramos con un significante que se dispara y con significados que se multiplican. Asimismo presenciamos planteos contemporáneos sobre la muerte de la imagen (Debray; Virilio) y las asunción de la llamada "gran óptica" (Paul Virilio).

La creación de simulacros (Baudrillard) y la irrupción de las comunidades imaginadas virtuales y simuladas, implican nuevos estados para El Mismo y El otro. Es que estamos inmersos en un mundo cada día más estrecho y mundializado, encogido y cerrado sobre sí mismo (Virilio; Marc Augé) donde las imágenes y las informaciones circulan aceleradamente. En las discontinuidades de la episteme occidental, los 'no-lugares'6 se encapsulan en lo imagónico y profundizan la crisis de la representación; dando otro paso (sin pretender ser evolucionista) en el quiebre que ya se había producido en el siglo XIX donde desaparecía "la teoría de la representación como fundamento general de todos los órdenes posibles" en versión de Michel Foucault. El quiebre en 'la construcción' del concepto de realidad se profundiza en las reflexiones que toman a 'la simulación' y a 'la virtualidad' como sustitutas brutales de 'la realidad' misma, con autores que instauran la consumación del 'crimen perfecto'7. Para autores como Baudrillard, la presencia absoluta de la técnica más que crisis produce vacíos en la representación: "Es la irrupción de la tecnología lo que lleva a este vuelco, de una tecnología que Benjamín ya describía como médium total -gigantesca prótesis ordenando a la generación de objetos y de imágenes idénticas, que ya nada podría diferenciar lo uno de lo otro- pero sin concebir todavía el conocimiento profundo de esta tecnología, que hace posible la generación de seres idénticos, sin que se pueda volver a un ser original. Las prótesis de la sociedad industrial aún son externas, exotécnicas- las que nosotros conocemos se han ramificado e interiorizado: esotécnicas". Pero hay otros autores que parten de diagnósticos similares aunque discrepan en las conclusiones que plantean: Paul Virilio sostiene que la virtualidad domina a la realidad, imposibilitando cualquier produciendo de ésta. Sin embargo Pierre Lévy conceptualiza la idea de nuevos espacios y tiempos mutantes que inauguran novedosas formas de realidad (no se produce 'el crimen perfecto' de Baudrillard sino que Lévy salva a la realidad de esa muerte. En estos planteos se producen diferencias importantes: mientras que la reflexión apocalíptica de Virilio apunta a la desaparición 'dramática de la realidad a manos de la virtualidad, Lévy niega esa fagocitación y sostiene la gestación de nuevas formas de realidad). La 'clonación' y la exactitud de las 'imágenes' (profundizándose la inflación de las mismas) ya no representan; quiebran la dualidad que es su naturaleza entre representación y objeto representado. Se puede interpretar que visiones como las de Baudrillard y Virilio están en la frontera de la construcción del propio concepto de Hombre. Como escribía Foucault: "(...) reconforta y tranquiliza el pensar que el hombre es sólo una invención reciente, una figura que no tiene ni dos siglos, un simple pliegue en nuestro saber y que desaparecerá en cuanto éste encuentre una forma nueva". 'Hombre-maquínico', 'homo videns' (Giovanni Sartori) y tantos otros conceptos que intentan conceptualizar ese ser se ubican en torno a esas reflexiones. "A imagen y semejanza de la televisión, el mejor objeto prototípico de esta nueva era, todo el universo que nos rodea e incluso nuestro propio cuerpo se convierten en pantalla de control", en palabras de Baudrillard. Sartori, por su parte, plantea la hipótesis que el homo sapiens producto de la cultura escrita, se está transformando en un homo videns, para el cual la palabra está destronada por la imagen8. Los planteos que ubican a la técnica como productora de 'realidad' y de actitudes humanas (Subirats) no son nuevos, ya habían sido sostenidos, entre otros, por Eisenstein que se refería al cine como "una fábrica de actitudes y posiciones frente a los hechos". Una 'performatividad' de la historia, moldeada y empaquetada por los medios de comunicación. Estos "no difunden concepciones globales del mundo. Más bien producen, transforman o diseñan la realidad como una segunda naturaleza"(...) La comunicación se transforma en un "factor productivo de lo real" que "lleva consigo la transformación de la política y de la historia, y la transformación de la propia conciencia cognitiva" (Subirats). En este contexto Subirats apunta que en ese hábitat se produce el alejamiento del sujeto de la experiencia. Los cuestionamientos a la experiencia (visualizar la relación con los conceptos de identidad y alteridad asociados a los lugares y las comunidades imaginadas. Sitios donde se vivía la experiencia) ya habían sido apuntalados radicalmente por Descartes y Kant, contemporáneamente lo que se produciría sería su trivialización semántica. El trabajo crítico de la duda cartesiana partía de la base de un cuestionamiento radical de la percepción táctil, de la aprehensión inmediata de los objetos, de la visión intuitiva de las cosas y de la propia conciencia. Las imágenes literarias del discurso del método muestran a lo real desde el punto de vista de la intuición sensible inmediata e ingenua como alucinaciones. En su lugar, y en consonancia con una tradición idealista que recorre la historia de la filosofía hasta la crítica platoniana de la sofística, el conocimiento apriorístico de la geometría y de las matemáticas se elevaba a un único paradigma válido de una realidad críticamente sancionada. La desmaterialización de la experiencia y la 'des-individualización', profundizadas por la técnicas en Comunicación, quiebran la 'objetividad' tan cara al estructuralismo. O como plantea Vattimo: la sociedad mediática aligera la realidad permitiendo la anulación de la dicotomía entre el sujeto y el objeto. La máxima de Lévi-Strauss de que "es preciso estudiar a los hombres como si fuesen hormigas", se encuadra en ese contexto estructuralista. Radicalmente enfrentado al estructuralismo Deleuze sustituye las 'estructuras' ("arborescentes", es una de sus metáforas) por la figura del 'rizoma': "...a diferencia de los árboles o de sus raíces, el rizoma conecta cualquier punto con otro punto cualquiera, cada uno de sus rasgos no remite necesariamente a rasgos de la misma naturaleza" ¿Nuevamente se plantea a lo Baudrillard la desterritorialización and-infinitum? ¿Con Internet, el ciberespacio y las nuevas técnicas en comunicación no puede realizarse un paralelismo con el rizoma? En este marco conceptual los medios de comunicación participan en un proceso que agudiza las interpretaciones y amplía los relatos, transformando a las ciencias también en construcciones narrativas9. Frente a ello se profundizan las polémicas y diversos autores salen en defensa del empirismo y de la objetividad científica. Alan Sokal y Jean Bricmont denuncian las "imposturas intelectuales" del posmodernismo que lo caracterizan como "una corriente intelectual caracterizada por el rechazo más o menos explícito de la tradición racionalista de la Ilustración, por elaboraciones teóricas desconectadas de cualquier prueba empírica, y por un relativismo cognitivo y cultural que considera que la ciencia no es nada más que una 'narración', un 'mito' o una construcción social". Por su parte Pierre Bourdieu (¿casualmente? participó en el proyecto Sokal-Bricmont) salta desde las Ciencias Sociales defendiendo la objetividad científica, a través de su noción de 'campo'.



Bibliografía

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Notas
1 Michel Foucault en Las Palabras y las Cosas muestra dos grandes discontinuidades en la episteme de la cultura occidental: aquella con la que se inaugura la época clásica, hacia mediados del siglo XVII, y aquella que, a principios del XIX, señala el umbral de la modernidad. En ese momento el hombre se convierte en sujeto y objeto de estudio. Con Foucault concuerda también Jenaro Talens.

2 Jacques Derrida en La Doble Sesión ensayo que integra el volumen La Diseminación. El Entre se aparta de lo orgánico y sustancial; no se identifica con el sujeto como sustancia identitaria pero tampoco con los otros, enmarcados y producidos en tanto que otros y habilita el movimiento y la velocidad. El Entre a su vez implica un vacío. En palabras de Derrida: el Entre no es "puramente sintáctico (...) Además de su función sintáctica, mediante la remarcación de su vacío semántico se pone a significar. Su vacío semántico significa, pero el espaciamiento y la articulación; tiene por sentido la posibilidad de la sintaxis y ordena el juego del sentido. Ni puramente sintáctico, ni puramente semántico, señala la abertura articulada de esa oposición". (Derrida, 1975: 335).

3 Las luchas en busca de la muerte del sujeto se encuentran con un punto crítico en el debate entre Jacques Derrida y Michel Foucault. Para el segundo incluso Foucault preservó la idea de sujeto así sea bajo el manto tan irreconocible como el de ese sujeto llamado locura. Es bueno recordar que el estudio foucaultiano integraba: el saber; el sujeto y el poder.

4 "Concierne a aquella estructura de la conciencia del sentimiento y de la reivindicación nacional que hace que una nación se plantee no sólo como portadora de una filosofía sino de una filosofía ejemplar, es decir a la vez particular y potencialmente universal -y filosófica por eso mismo-. No sólo el nacionalismo no llega como un accidente o como un mal hacia una filosofía que le sería ajena y que sería por vocación esencial cosmopolita y universalista, sino un nacionalismo de esencia filosófica, una filosofía, un discurso estructuralmente filosófico. Y es universalista y cosmopolita" (Jacques Derrida; 1987: 34).

5 Para Pierre Bourdieu la violencia simbólica es padecida por una comunidad que no asume explícitamente que la está sufriendo. Pero tampoco es directamente asumida por quien la ejerce.

6 Marc Augé en su diagnóstico de la sobremodernidad designa al 'no-lugar' bajo "dos realidades complementarias pero distintas: los espacios constituidos con relación a ciertos fines (transporte, comercio, ocio), y la relación que los individuos mantienen con esos espacios". Son espacios sin identidad, ni memoria, no relacional, ni histórico. Sin embargo ya Michel Foucault ubica al 'no-lugar' (ubicación como paradoja) en el lenguaje, como forma de ordenar en el devenir el espacio de orden que ha constituido el saber occidental (metáfora del encuentro y desencuentro posterior entre "las palabras y las cosas".

7 Baudrillard en la introducción de "El crimen perfecto" anuncia: "Esto es la historia de un crimen, del asesinato de la realidad. Y del exterminio de una ilusión, la ilusión vital, la ilusión radical del mundo. Lo real no desaparece en la ilusión, es la ilusión la que desaparece en la realidad integral"

8 Quizás en ayuda de la discutida defensa que hace Sartori de su hipótesis se puede sostener que el sapiens ha vivido sin imágenes 'materiales' en la mayor parte de su historia, de los 200 mil años de existencia, las imágenes se han producido en los últimos 30 mil, es decir la séptima parte de su historia

9 Para Vattimo la crisis en la modernidad se explica por "un gran factor" como es el "advenimiento de la sociedad de la comunicación".

martes, 8 de febrero de 2011

“MODERNISMO Y POSMODERNISMO: El camino ancho y abierto” por Marshall Berman


Traducido por Magdalena Holguín
Gaceta. Instituto colombiano de cultura.
Santafé de Bogotá, Nº 16, abril 1993
Prólogo de Marshall Berman a All that is Solids Melt into Air, Penguin Books, 1988, que no fue incluido en la traducción castellana editada por Siglo XXI.



En All that is Solids Melt into Air, defino el modernismo como el intento que realizan los hombres y mujeres modernos por convertirse a la vez en sujetos y objetos de la modernización, asumir el control del mundo moderno y hacer de él su hogar. Es una idea del modernismo más amplia e incluyente que la ofrecida por lo general en los textos académicos. Implica una manera amplia y abierta de comprender la cultura, muy diferente del enfoque conservador que fragmenta la actividad humana y coloca cada uno de estos fragmentos en una casilla separada, rotulándolos según el tiempo, el espacio, el lenguaje, el género y la disciplina académica correspondiente.
La perspectiva amplia y abierta es sólo una entre muchas posibles, pero tiene grandes ventajas. Nos permite ver todo tipo de actividades artísticas, intelectuales, religiosas y políticas como parte de un proceso dialéctico único, y desarrollar interrelaciones creativas entre ellas. Crea las condiciones para un diálogo entre el pasado, el presente y el futuro. Atraviesa el espacio físico y social: revela solidaridades entre los grandes artistas y la gente ordinaria, entre los residentes de lo que desmañadamente llamamos el Viejo, el Nuevo y el Tercer Mundo.
Une a las personas superando las fronteras de la etnia y la nacionalidad, el sexo, la clase y la raza. Amplía la visión que tenemos de nuestra propia experiencia. Nos muestra que nuestras vidas son más ricas de lo que imaginamos y comunica a nuestra cotidianidad una nueva resonancia y profundidad.
Ciertamente no es esta la única manera de interpretar la cultura moderna, como tampoco la cultura en general. No obstante, tiene sentido si deseamos que la cultura sea una fuente de alimento para la preservación de la vida y no un culto de la muerte.
Si consideramos el modernismo como la lucha por hacer de un mundo que cambia constantemente nuestro hogar, advertiremos que ninguna de las modalidades del modernismo puede ser definitiva, las construcciones y logros más creativos están condenados a convertirse en prisiones o en sepulcros blanqueados de los cuales nosotros o nuestros hijos nos veremos obligados a escapar, o a los que habremos de transformar para que la vida continúe. El personaje principal de Memorias del subsuelo de Dostoievski lo sugiere en el interminable diálogo que sostiene consigo mismo:
Ustedes, señores, ¿creen quizás que estoy loco? Permítanme defenderme.
Admito que el hombre es primordialmente un animal creativo, predestinado a luchar conscientemente por un ideal, y predestinado a la ingeniería, esto es, a construir eterna e incesantemente nuevos caminos, dondequiera que conduzcan (...) Al hombre le agrada crear caminos, esto está fuera de duda. Pero... ¿no será quizás... que instintivamente teme alcanzar su ideal y completar el edificio que construye? ¿Cómo saberlo? Quizás sólo le agrade contemplar el edificio a cierta distancia y no de cerca, quizás sólo le agrade construirlo y no desee habitaren él.
Cuando viajé al Brasil en agosto de 1987, en ocasión de una discusión en torno a este libro, experimenté dramáticamente el conflicto de los modernismos y de hecho participé en él. Mi primera escala fue Brasilia, la capital creada ex nihilo por un mandato del presidente Juscelino Kubilschek exactamente en el centro geográfico del país, a fines de la década de los años cincuenta y comienzos de los sesenta. Fue planeada y diseñada por Lucio Costa y Osear Niemeyer, discípulos izquierdistas de Le Corbusier. Desde el aire, Brasilia parecía una ciudad dinámica y excitante: en efecto, había sido construida a semejanza del jet desde el cual prácticamente todos los visitantes la observábamos por primera vez. A nivel de la tierra, sin embargo, donde la gente realmente vive y trabaja, [50] resultó ser una de las ciudades más lóbregas del mundo. No es este el lugar para hacer una descripción detallada del diseño de Brasilia; no obstante, la impresión general que produce —confirmada por todos los brasileros que conocí— es la de inmensos espacios vacíos en los que el individuo se siente perdido, tan solo como el hombre en la luna. Hay una ausencia deliberada de espacios públicos donde la gente pueda reunirse y conversar, o sencillamente mirarse unos a otros y pasar el rato. La gran tradición del urbanismo latinoamericano, donde la vida de la ciudad gira en torno a una plaza mayor, fue rechazada explícitamente
El diseño de Brasilia se hallaba quizás en perfecta consonancia con la dictadura militar; una capital gobernada por generales que deseaban mantener la gente a distancia, aparte, subyugada. Sin embargo, como capital de una democracia es un escándalo. Si Brasilia ha de perseverar en la democracia, sostuve en discusiones públicas y en los medios de comunicación, precisa de un espacio público donde la gente pueda acudir de todas partes del país y reunirse con libertad, hablar unos con otros y dirigirse al gobierno —después de todo, siendo una democracia, se trata de su gobierno—, para discutir sus necesidades y deseos y expresar su voluntad.
Al poco tiempo, Niemeyer comenzó a responder. Después de algunos comentarios desobligantes acerca de mí, hizo una declaración de mayor interés: Brasilia era el símbolo de las aspiraciones y deseos de los brasileros; atacar su diseño era ofender al pueblo mismo. Uno de sus seguidores añadió que yo había revelado mi vacuidad interior al presumir de modernista mientras que atacaba una obra considerada como una de las encarnaciones supremas del modernismo.
Todo esto me hizo vacilar. Niemeyer tenía razón en una cosa: cuando Brasilia fue concebida y planeada, a fines de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, realmente encarnaba las esperanzas del pueblo brasilero y, más específicamente, su deseo de modernización. El abismo existente entre estas esperanzas y su realización pareciera ilustrar el argumento del hombre del subsuelo: para el hombre moderno, puede ser una aventura creativa construir un palacio y una pesadilla verse obligado a vivir en él.
El problema se torna especialmente agudo para un modernismo que excluye el cambio o le es hostil; o mejor, un modernismo que busca un gran cambio único y nada más. Niemeyer y Costa, siguiendo a Le Corbusier, creían que el arquitecto moderno debía utilizar la tecnología para encarnar materialmente ciertas formas ideales y eternas. Si era posible hacerlo para una ciudad entera, tal ciudad sería perfecta y completa; sus límites podrían extenderse, pero nunca se desarrollaría desde su interior. Al igual que el Palacio de Cristal, tal como es concebido en Memorias del subsuelo, la Brasilia de Costa y Niemeyer dejó a sus ciudadanos, y a los de todo el país, “sin nada que hacer”.
En 1964, poco después de inaugurada la nueva capital, la dictadura militar puso fin a la democracia brasilera. Durante los años de la dictadura, a la que se opuso Niemeyer, la gente se encontraba más preocupada por los atroces crímenes que se cometían que por los defectos que pudiera tener el diseño de la ciudad. Sin embargo, una vez recobrada la libertad a finales de la década de los años setenta y comienzos de los ochenta, resultó inevitable que muchos llegaran a resentir una capital que parecía diseñada para mantenerlos en silencio.
Niemeyer hubiera debido saber que una obra modernista que privaba a la gente de algunas de las modernas prerrogativas fundamentales —hablar, reunirse, discutir, comunicar sus necesidades— habría de suscitar necesariamente antagonismos. Con ocasión de mis intervenciones en Río, en Sao Paulo, Recife, descubrí que servía de conducto para expresar una difundida indignación en contra de aquella ciudad donde, como me lo manifestaron tantos brasileros, no había lugar para ellos.
Y sin embargo, ¿qué culpa le cabe a Niemeyer? Si algún otro arquitecto hubiese ganado el concurso para el diseño de la ciudad, ¿no es probable que hubiese construido un escenario tan enajenante como el actual? ¿No es cierto que los aspectos más desvirtuados de Brasilia surgen de un consenso mundial acordado entre urbanistas y diseñadores?
Fue sólo en las décadas de los años sesenta y setenta, cuando la generación que construyó proto–Brasilias en todo el mundo —y no en menor escala en las propias ciudades y suburbios de mi país—, tuvo la oportunidad de habitar en ellas cuando descubrió cuántas carencias tenía el mundo construido por los modernistas. Luego, al igual que el hombre del Palacio de Cristal, los miembros de esta generación y sus hijos comenzaron a protestar y a abuchear, llegando finalmente a crear un modernismo alternativo que afirmara la presencia y dignidad de todas las personas que habían sido excluidas.
El sentimiento que tuve de las deficiencias de Brasilia me condujo de nuevo a uno de los temas centrales de mi libro, un tema que consideraba de tal relevancia que no lo formulé con la claridad con que hubiera debido hacerlo: la importancia de la comunicación y el diálogo.
Pareciera que no habría nada específicamente moderno en estas actividades; se remontan a los comienzos de la civilización e incluso contribuyen a definirla. Sócrates y los Profetas las ensalzaban como valores humanos primordiales hace más de dos mil años. Creo, sin embargo, que el diálogo y la comunicación han adquirido un peso específico y una particular urgencia en nuestra época, pues la subjetividad y la interioridad se han enriquecido y desarrollado con mayor intensidad y, a la vez, se tornan más solitarias y aisladas que nunca.
En un contexto semejante, el diálogo y la comunicación se convierten en una necesidad desesperada y en una fuente primaria de deleite. En un mundo en el cual los significados se desvanecen en el aire, estas experiencias constituyen una de las pocas fuentes de sentido con las que podemos contar. Una de las pocas cosas que pueden hacer de la vida moderna algo digno de ser vivido es la mayor oportunidad que nos ofrece —y en ocasiones incluso nos impone— de hablar unos con otros, de abrirnos a los demás y comprenderlos. Debemos aprovechar al máximo estas posibilidades; deberían moldear la manera que tenemos de organizar nuestras ciudades y nuestras vidas*.
* Este tema sugiere conexiones con pensadores tales como Georg Simmel, Martin Buber y Jürgen Habermas.
Muchos de los lectores se preguntan por qué no escribí acerca de todo tipo de personas, lugares, ideas y movimientos que parecieran adecuarse al proyecto general que presento igual o mejor que los temas que elegí. ¿Por qué no Proust, o Freud, Berlín o Shangai, Mishima o Sembene, el expresionismo abstracto de Nueva York o la Plástica Popular de Praga? La respuesta más sencilla es que deseaba ver publicado All that is Solid Melts into Air en el transcurso de mi vida. Esto significaba que debía decidir, en un momento dado, detener el libro más bien que terminarlo. Por lo demás, nunca fue mi intención escribir una enciclopedia de la modernidad. Esperaba más bien desarrollar una serie de concepciones y paradigmas que pudieran permitir a la gente explorar su propia experiencia e historia con mayor detalle y profundidad.
Deseaba escribir un libro abierto que permaneciera abierto, un libro al que los lectores pudieran añadir sus propios capítulos. Algunos lectores pueden pensar que despaché de prisa la enorme acumulación de teorías contemporáneas acerca del postmodernismo.
Este discurso se originó en Francia a finales de la década de los años setenta, promovido en gran parte por los desencantados rebeldes de 1968 que se hallaban en la órbita del post–estructuralismo: Roland Barthes, Michel Foucault, Jacques Derrida, Jean–François Lyotard, Jean Baudrillard y su legión de seguidores. En la década de los años ochenta, el postmodernismo se convirtió en la materia prima de todas las discusiones estéticas y literarias adelantadas en los Estados Unidos.
Puede decirse que los post–modernistas desarrollaron un paradigma opuesto al que se presenta en este libro. He argumentado que la vida, el arte y el pensamiento modernos tienen una capacidad perpetua de auto-crítica y de renovación. Los post-modernistas, por el contrario, sostienen que el horizonte de la modernidad está clausurado, sus energías agotadas —en síntesis, que el modernismo es passé. El pensamiento post–moderno desprecia todas las esperanzas colectivas de progreso social y moral, de libertad personal y bienestar público que nos fueron legadas por los modernistas de la Ilustración del siglo XVIII.
Tales esperanzas, afirman los post–modernistas, están en bancarrota. En el mejor de los casos, son vanas e inútiles fantasías; en el peor, maquinarias de dominación y de monstruoso sometimiento.
Presumen de haber denunciado las “grandes narrativas” de la cultura moderna, especialmente “la narrativa de la humanidad como heroína de la libertad”. La señal de la más sofisticada post–modernidad es “haber perdido incluso la nostalgia de la narrativa perdida”.
En su reciente libro. El discurso filosófico de la modernidad, Jürgen Habermas expone con incisivo detalle la debilidad del pensamiento post–moderno. El año próximo, me propongo escribir algo más desde esta perspectiva. Lo único que puedo hacer por ahora es reafirmar la visión general de la modernidad que presento en este libro. Los lectores se preguntarán quizás si el mundo de Goethe, Marx, Baudelaire, Dostoievski y otros, tal como lo he concebido, difiere radicalmente del nuestro. ¿Habremos superado realmente aquellos dilemas que surgen cuando “todo lo sólido se desvanece en el aire”, el sueño de una vida en la cual “el libre desarrollo de cada individuo es la condición para el libre desarrollo de todos”? No lo creo. Sin embargo, espero que con este libro los lectores dispongan de los mejores instrumentos para emitir sus propios juicios.
Hay un sentimiento moderno que lamento no haber explorado con mayor profundidad. Me refiero al difundido y a veces desesperado temor frente a la libertad que ofrece la época moderna a cada individuo, y el deseo de escapar a la libertad (como acertadamente lo expresó Erich Fromm en 1941), por todos los medios posibles. Dostoievski fue el primero en describir esta oscuridad típicamente moderna en la parábola del Gran Inquisidor ( Los hermanos Karamazov, 1881). “El hombre prefiere la paz”, dice el Inquisidor, “e incluso la muerte, a la libre elección en el conocimiento del bien y del mal. No hay nada más seductor para el hombre que su libertad de consciencia, pero nada le causa mayor sufrimiento”. Luego abandona el escenario de su novela, que ocurre en Sevilla en la época de la Contrarreforma, y se dirige a sus contemporáneos de fines del siglo XIX: “Ahora, por ejemplo, la gente está persuadida de ser más libre que antes, sin embargo, nos han traído su libertad y la han depositado con humildad a nuestros pies”.
La lúgubre sombra del Gran Inquisidor se extiende sobre la política del siglo XX. Un sinnúmero de movimientos demagógicos y de demagogos han obtenido el poder y la adoración de las masas por aliviar de la carga de la libertad a los pueblos que gobiernan. (El santo déspota que actualmente domina el Irán se asemeja incluso físicamente al Gran Inquisidor). Los regímenes fascistas de 1922–1945 pueden llegar a ser tan sólo el primer capítulo de la historia en desarrollo del autoritarismo radical. En efecto, varios de estos movimientos ensalzan la tecnología moderna, las comunicaciones y las técnicas de movilización de masas, y las utilizan para aplastar las libertades modernas. Algunos de ellos han obtenido un decidido apoyo de parte de los grandes modernistas: Ezra Pound, Heidegger, Céline. Las paradojas y peligros inherentes a todo esto son profundos y oscuros. Me hacen pensar que un modernista honesto debe contemplar durante largo tiempo y con mayor profundidad este abismo de lo que yo mismo lo he hecho hasta ahora.
A comienzos de 1981, experimenté esa sensación con gran intensidad. All that is Solid Melts into Air estaba en la imprenta y Ronald Reagan llegaba a la Casa Blanca. Una de las fuerzas más poderosas de la coalición que llevó a Reagan al poder fue el anhelo de eliminar toda huella de “humanismo secular” y convertir a los Estados Unidos en un Estado policivo y teocrático. La militancia en favor de tal tendencia, frenética (y pródigamente financiada), convenció a muchas personas, incluyendo a sus más apasionados opositores, de que era la ola del futuro.
Ahora, sin embargo, siete años más tarde, los fanáticos inquisidores de Reagan han sido decididamente rechazados en el Congreso, en las Cortes (inclusive en la “Corte de Reagan”), y en la corte de la opinión pública. Los norteamericanos pueden haberse engañado hasta el punto de votar por él, pero ciertamente no están dispuestos a poner sus libertades a los pies del Presidente.
No están dispuestos a abandonar el debido proceso judicial (aun cuando sea en nombre de la guerra contra el crimen); ni los derechos civiles (aun cuando teman a los negros y desconfíen de ellos); ni la libertad de expresión (aun cuando les desagrade la pornografía); ni el derecho a la privacidad y a la libertad de elección sexual (aun si censuran el aborto y tienen horror de los homosexuales). Incluso aquellos norteamericanos que se consideran profundamente religiosos han retrocedido ante una cruzada teocrática que los obligaría a vivir de rodillas. La resistencia ante la “agenda social” de Reagan, manifestada incluso por sus seguidores, evidencia la profundidad del compromiso de la gente ordinaria con la modernidad y con sus más profundos valores. Muestra también que la gente puede ser modernista sin haber escuchado jamás esa palabra en su vida.
En All that is Solid Melts into Air intenté abrir una perspectiva desde la cual todo tipo de movimiento cultural y político sea visto como parte de un proceso único: los hombres y mujeres modernos que afirman su dignidad en el presente, incluso en un presente desdichado y opresivo, y el derecho a controlar su futuro; que luchan por abrirse campo en el mundo moderno, por hallar un lugar donde se sientan a gusto. Desde este punto de vista, las luchas por la democracia adelantadas en todas partes del mundo contemporáneo son fundamentales para el sentido y poder del modernismo. Las masas de personas anónimas dispuestas a ofrendar su vida —desde Gdansk hasta Manila, desde Soweto hasta Seúl— están creando nuevas formas de expresión colectiva.
“Solidaridad” y “People Power” son avances tan asombrosos como La tierra baldía o Guernica. El libro está lejos de clausurar las “grandes narrativas” que presentan “a la humanidad como la heroína de la libertad”: nuevos personajes y actos aparecen a todo momento. El gran crítico Lionel Trilling acuñó una frase en 1968: “Modernismo en las calles”. Espero que los lectores de este libro recuerden que es en las calles, en nuestras calles, donde debe estar el modernismo. El camino abierto conduce a la plaza pública.